La leche es
el primer alimento que el ser humano, así como todas las crías de los
mamíferos, recibe desde el inicio de su vida extrauterina, y resulta ser el
alimento completo que cubre todas las necesidades nutricionales en la primera
etapa de la vida (0-6 meses de edad), siempre y cuando sea la leche de su
propia especie, la especie Humana.
Sin
embargo, a partir de aproximadamente los seis meses de edad, la leche materna
se hace insuficiente, como único alimento, para satisfacer los requerimientos
nutricionales del lactante, y es necesario complementarla introduciendo
gradualmente nuevos alimentos, especialmente de origen vegetal. No se
recomienda que los bebés consuman leche de vaca antes del año de edad, en
primer lugar, por ser considerado un alimento sumamente alergénico y difícil de
tolerar, y en segundo lugar por su pobreza en hierro.
La vaca ha
sido llamada la madre adoptiva de la especie humana, debido al uso
exagerado que se ha dado a su leche como alimento para la humanidad, a pesar de
que la leche de vaca difiere muchísimo de la leche de mujer. Aunque sea la más
consumida, la composición de la leche de vaca es ideal para los terneros, pero
no para los humanos. Por eso, en las fórmulas lácteas para alimentación
infantil, se modifica la composición de la leche de vaca, con el fin de
asemejarla a la de la leche humana.
La leche
humana es la más pobre en proteínas y calcio de todas las leches. Sin embargo,
es la más rica en ácidos grasos monoinsaturados (aceite de oliva) y
poliinsaturados, necesarios para el desarrollo del cerebro humano.
En cambio, la
leche de vaca contiene más del triple de proteínas y de calcio que la leche
humana, aunque menos grasas e hidratos de carbono. Sus glóbulos de grasa son
muy grandes, y tienden a flotar formando la nata. Esto hace que la digestión de
la leche de vaca en su estado natural sea más lenta que la de otros mamíferos.
La homogeneización de la leche disminuye un poco este inconveniente. Aparte de
diferenciarse en la cantidad total de proteínas, la leche de vaca contiene de 3 a 3,5 g/l00 ml y la de mujer
cerca de 1 g/l00 ml, se diferencian en la distribución y tipo de proteínas que
contienen. En la leche de vaca, la Caseína representa aproximadamente
el 80% del total de proteínas, y las Proteínas del Suero el 20%
restante; en contraste, las proteínas de la leche humana se distribuyen en solo
un 20% de Caseína, y el mayor porcentaje, 80% de Proteínas del Suero, al revés
de lo que presenta la leche de vaca. Dentro de la fracción caseínica, en la
leche humana la beta-caseína es el componente mayoritario frente a la
alfa-caseína en la de vaca.
La excesiva
cantidad de caseína de la leche de vaca neutraliza la acidez gástrica
favoreciendo las infecciones intestinales. Además, se coagula en grumos gruesos
que no pueden ser bien digeridos por el lactante. Las proteínas de la leche de
vaca modificada por la industria para bebés, permanecen en el estómago durante
60 minutos, mientras que las de la leche de mujer solo permanecen 15 minutos.
La caseína
es deficitaria en los aminoácidos azufrados Metionina y Cisteína, en cambio,
las proteínas del suero son más completas que la caseína, de allí que las
proteínas de la leche de mujer sean de mayor Valor Biológico, puesto que en
ella predominan las proteínas del suero.
Es
interesante notar también que, en la leche de vaca, se destaca la presencia de
la
Beta-Lactoglobulina , la proteína sérica
cuantitativamente más importante de la leche de vaca, que NO SE ENCUENTRA
EN LA LECHE HUMANA ,
y a la cual se le ha atribuido un poderoso EFECTO ALERGÉNICO.
Es probable
que por ser una proteína ausente en la leche humana, el bebé no posea las
condiciones y enzimas necesarias para su digestión, y cuando se le suministra
leche de vaca esta proteína llega al intestino sin modificación, como cualquier
proteína extraña. Las proteínas extrañas llegan hasta el intestino delgado
intactas, produciendo una sensibilización prematura que puede ser una causa
importante en el desarrollo de asma y eczema infantiles.
Otra
diferencia entre la leche humana y la de vaca está en la composición de sus ácidos
grasos. En la leche de vaca, así como la de otros mamíferos, predominan los
ácidos grasos saturados, representando el 66% aproximadamente de su contenido
total de grasa; en cambio, en la leche humana existe una proporción equilibrada
entre los saturados e insaturados (mono y poliinsaturados), 48% de ácidos
grasos saturados, 40% de monoinsaturados y 12% de poliinsaturados. Esto es
importante ya que los ácidos grasos insaturados son esenciales para el
desarrollo y maduración del sistema nervioso del bebé.
La baja
proporción de ácidos grasos poliinsaturados frente a los saturados, unido a su
alto contenido en colesterol (300 a 350 mg/l00 g de grasa) ha llevado a la
recomendación de restringir o excluir la grasa láctea de la dieta.
La leche
humana contiene más hidratos de carbono (CHO) que la leche de vaca,
aproximadamente un 7,0% contra un 4,7%, respectivamente. Estos CHO están representados
casi en su totalidad por el azúcar (disacárido) lactosa. Se ha
observado que la lactosa favorece la absorción del calcio en el intestino;
las bacterias intestinales la transforman en ácido láctico, impidiendo así
el crecimiento de gérmenes patógenos en el intestino; y la galactosa,
resultante de la hidrólisis de la lactosa por la enzima lactasa en el
intestino, al permanecer más tiempo en éste debido a su lenta absorción, promueve
el crecimiento de flora bacteriana sintetizadora de biotina y otras
vitaminas del complejo B.
El total de minerales de
la leche de vaca (0,7%) englobado dentro del término cenizas, es casi
cuatro veces mayor que el de la leche humana (0,2%), lo que es
significativamente importante porque resulta ser una sobrecarga para los
riñones del lactante que es alimentado con leche de vaca. Los elementos más
abundantes son el Potasio (K), Calcio (Ca), Cloro (Cl), Fósforo (P), Sodio (Na)
y Magnesio (Mg). De los constituyentes mayoritarios destacan el Ca y el P, los
cuales se encuentran principalmente unidos a las caseínas; en la leche humana,
con más baja concentración de éstas, los niveles de estos elementos son
inferiores (340 y 140 mg/l, frente a 1.200 y 950 mg/l de Ca y P
respectivamente), pero la relación Ca/P es mayor (2,42 frente a 1,26). Esto
significa que la leche de vaca contiene casi 7 veces más P y 4 veces más Ca que
la humana, lo que acarrea un estímulo permanente de las glándulas paratiroideas
y, en consecuencia, una excreción urinaria del exceso de fósforo (lo que podría
ser responsable de las tetanias neonatales que ocurren en la primera semana de
vida). El hecho de que la leche de mujer sea más pobre en Ca, cumple una misión
muy concreta: favorecer la absorción intestinal de las grasas que de otra
manera formarían jabones insolubles difíciles de absorber.
Pero de
todas las diferencias la más espectacular es la de las hormonas de crecimiento
que junto con el contenido proteico hacen posible el rápido crecimiento de los
neonatos. Mientras un bebé dobla el peso en 6 meses, ganando unos 7 kilogramos , un
ternero lo hace en 47 días, ganando más de 100.
De esta
lectura sacamos en claro que no hay comparación entre la leche materna y leche
de vaca, sobre todo cuando estamos hablando de nutrición en los primeros meses
de vida. Si por alguna razón el niño no puede ser amamantado, la leche de fórmula
sería nuestra primera opción, y teniendo en cuenta los parámetros hasta el
momento evidenciados, tendríamos que tener en cuenta los siguientes parámetros
para aumentar la salud del bebé:
Lo más
interesante es la gran diferencia de ácidos grasos; estos ácidos grasos no los
pueden añadir a la leche de fórmula porque se oxidan inmediatamente y además al
calentar la leche (procesos de UHT) los ácidos se saturan y se vuelven
saturados.
El
intestino del bebé no digiere bien las proteínas lácteas; no debemos
sobrecargar aún más su intestino, ni su hígado, ni sus riñones con más
proteínas de lenta o difícil asimilación: proteínas animales (carnes rojas,
yogures, queso, mantequilla, huevos), y deberíamos complementar su dieta con
algo de pescado y carne magra, y proteínas vegetales a partir del año
(legumbres).
Tendrá
déficit de hierro, y puede desarrollar anemia, irritabilidad y síndrome de las
piernas inquietas por la noche: da vueltas en la cuna hasta que se duerme.
Deberíamos suplementar esa carencia de hierro.
Tiene
carencias de metionina y cisteína, dos aminoácidos esenciales en la
desintoxicación hepática. El síntoma de carencia más habitual de estos
aminoácidos son infecciones pulmonares de repetición, con excesiva formación de
moco. Este moco se añade al moco que crea el intestino como defensa ante la
caseína, por lo que en general son niños “mocosos”. El l-cisteína en farmacias
se vende con el nombre comercial de fluimil o fluimicil; es más interesante
administrárselo al niño como aminoácido que como medicamento químico con sus
respectivos excipientes.
Puede tener
una reacción alérgica a alguna proteína, que se puede manifestar como
mucosidad, asma, dermatitis o incluso artritis.
El bebé
engorda y crece más rápido de lo que sería fisiológico en él, pudiendo
desarrollar resistencia a la insulina y en el futuro diabetes, ovarios
poliquísticos, terrores nocturnos, hiperlipidemias, hipercolesterolemias,
obesidad, diferentes tipos de cáncer, etc (Libro El mono obeso de J.Campillo).
Por la
ausencia de Inmunoglobulinas A de la leche materna, tendrán más posibilidad de
coger infecciones: se recomienda Pre y pro bióticos, vitamina C y
betaglucanos.
Los niños
tendrán déficits de vitaminas B que se puede paliar con suplementos
nutricionales.
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