En la
secreción de las glándulas mamarias femeninas se encuentran más de 200 tipos de
cadenas cortas de carbohidratos. Además del efecto probiótico de la leche
materna, durante los últimos años los científicos han descubierto una serie de
funciones adicionales que resultan decisivas para la salud del niño.
Los dos
hallazgos podrían parecer contradictorios, pero sólo a primera vista:
para los
recién nacidos no existe ningún alimento más saludable que la leche del pecho
de la madre.
se pueden
encontrar hasta 700 especies diferentes de bacterias en la leche materna, tal
comodescubrió un
grupo de investigadores españoles el año pasado.
La OMS recomienda
la lactancia materna exclusiva hasta el sexto mes de vida, y posteriormente
como suplemento hasta cumplidos los dos años de edad. El calostro, la pegajosa
primera leche de los recién nacidos, es el alimento perfecto. “Las madres
deberían comenzar con la lactancia ya durante las primeras horas después del
nacimiento”, escribe la organización en los consejos para padres.
Varios
cientos de variantes de carbohidratos
Las grasas,
proteínas y factores de crecimiento de la leche resultan fundamentales para la
vida y constituyen la base para la recomendación de la OMS. Sin embargo,
igualmente interesantes (aunque menos estudiados) resultan los oligosacáridos,
cadenas de carbohidratos sencillas o ramificadas formadas por cinco bases
estructurales diferentes y cuya función no es la de proveer de energía a los
pequeños consumidores. Las glándulas mamarias no se limitan a producir unas
pocas variantes, sino que su número alcanza varias centenas de oligosacáridos
diferentes. Cada madre posee su propio repertorio individual, todos compuestos a
partir de los elementos lactosa (glucosa + galactosa), fucosa,
N-acetilglucosamina y ácido N-acetilneuramínico, con una longitud de entre 2 y
32 unidades. En comparación con los animales domésticos como la oveja o la
vaca, la secreción del pecho femenino humano presenta un contenido entre cien y
mil veces superior de este carbohidrato particular.
Aunque
todavía no se conocen los efectos de estas moléculas hasta sus últimos
detalles, los investigadores sí han sido capaces de identificar algunas de sus
funciones. En el intestino impiden la expansión de los gérmenes patógenos,
fortalecen al incipiente sistema inmune y aparentemente también participan en
el desarrollo del cerebro. Y es probable que no sólo ayuden al niño, sino
también a su madre.
Alimento
para bifidobacterias y trampa para gérmenes patógenos
Las
bifidobacterias desempeñan un papel crucial en la colonización del pequeño y
virginal intestino delgado del recién nacido: su desarrollo reduce la oferta de
espacio y nutrientes para otros parientes más desagradables. Mientras que los
oligosacáridos no le sirven demasiado al metabolismo humano, algunas
bifidobacterias han desarrollado todo un arsenal de glucosidasas con las que
son capaces de separar las cadenas de carbohidratos e incluso de aprovecharlas como
única fuente de carbono. Sin embargo, las cadenas de carbohidrato no sólo
sirven de material de combustión, sino también como punto de anclaje en el
epitelio intestinal, del que sobresalen. Algunos miembros de la familia de la
Escherichia coli o la Helicobacter pilori se adhieren a ellas y se vuelven sedentarias. Los glicanos con residuos fucosil, por
ejemplo, inhiben la adhesión de la bacteria patógena Campylobacter jejuni,
causante de diarrea.
Al igual
que sucede con otras bacterias, ellas confunden al carbohidrato de la leche con
el punto de anclaje y terminan migrando hacia el ano. También las toxinas
bacterianas basadas en las lectinas se adhieren a los glicanos, donde pueden
producir daños considerables. Los oligosacáridos de la leche las pueden
capturar. Los bebés amamantados también sufren con menor frecuencia de
enfermedades de las vías respiratorias o de otitis media. Algunas acciones
específicas de los oligosacáridos contra las bacterias Streptococcus
pneumoniae, Pseudomonas aeroginosa o Hämophilus influenzae podrían contribuir a
ello, ya que la leche también alcanza estas regiones en el lactante.
Contra
amibiasis, norovirus y VIH
Pero no
sólo las bacterias dependen de los carbohidratos de la leche. Especialmente en
los países en vía de desarrollo, parásitos como la Entamoeba histolytica
producen enfermedades intestinales a menudo mortales en los infantes. En este
caso, el carbohidrato impide la unión entre la lectina y el epitelio
intestinal. Y los virus también tienen dificultades con la leche materna, sobre
todo los norovirus y rotavirus, desencadenantes de diarreas. En África se ha
observado que cuatro de cada cinco niños no se infectan del VIH ni en el útero
ni a través de la leche de madres infectadas con el virus. Algunos de los
carbohidratos presentes en la leche compiten con un receptor de las células
dendríticas (DC-SIGN, dendritic cell ICAM-3-grabbing non-integrin) en el que de
otro modo se uniría la glucoproteína 120 del VIH.
Enterocolitis
necrotizante: un caso para los oligosacáridos
En la
interacción con el sistema inmune, las lectinas de la superficie celular de los
leucocitos también desempeñan un papel importante, aunque todavía no se ha
identificado con exactitud a los receptores. En caso de alergia al cacahuete,
los oligosacáridos reducen la producción de interleucina-4 y podrían
resultar útiles en la prevención de la alergia. En caso de
inflamación, las selectinas de la superficie celular de las células
endoteliales reaccionan con las cadenas de carbohidratos de los leucocitos que
flotan en el torrente sanguíneo. Retrasan el tráfico de las células inmunes,
llevándolas a resbalar a lo largo de la pared del vaso y finalmente a
detenerse. Entonces es sólo cuestión de tiempo para que abandonen el vaso,
migren al tejido y produzcan una inflamación. Las plaquetas también poseen
estas selectinas, y en los neutrófilos se encargan de la formación de complejos
con la posterior fagocitosis. Los carbohidratos de la leche pueden interceptar
estas reacciones.
Aunque más
del 90% de los oligosacáridos maternos abandonan el tracto digestivo sin sufrir
cambios, los métodos de análisis finos son capaces de detectar más o menos el
1% de estos carbohidratos en la orina del lactante, una señal inequívoca de que
una pequeña parte ingresa al torrente sanguíneo. Los bebés amamantados (en
especial los prematuros) presentan un riesgo considerablemente más reducido de
padecer la (a menudo letal) enterocolitis necrotizante, aunque todavía no se
sabe bien por qué esto es así. Sin embargo, se sabe que la
di-sialil-lacto-N-tetraosa (DSLNT) desempeña un papel destacado. En ratas, este
carbohidrato redujo tanto la intensidad como la frecuencia de
la inflamación intestinal. Ahora cinco clínicas estadounidenses están
elaborando un examen para detectarlo en la leche materna, con el fin de reducir el riesgo de esta
frecuente afección en los bebés prematuros. Sin embargo, como la
DSLNT es considerablemente más larga que la mayoría del resto de carbohidratos,
una terapia con ella resultará con seguridad muy costosa, independientemente de
si se obtiene por procedimientos sintéticos o se la extrae de la leche materna.
Suministro
de ácido neuramínico en el cerebro
El
crecimiento de las neuronas en el cerebro depende del suministro de ácido
neuramínico, un importante componente para los gangliósidos y las
glucoproteínas. Los oligosacáridos de la leche contienen concentraciones
elevadas de esta sustancia. Esta podría ser la causa de que los niños
amamantados presenten un cociente de inteligencia un poco más elevado en el momento
de empezar la escuela. Sin embargo, todavía se debate si la
concentración verdaderamente baja de carbohidratos procedentes de la leche
materna en la circulación del niño debería considerarse un proveedor directo.
También serían concebibles efectos indirectos a través de factores de crecimiento en el tracto
gastrointestinal.
Las
diferencias individuales en la dotación de la leche materna con cadenas de
carbohidratos dependen también de la presencia de fucosil transferasas. Como el
sistema de grupos sanguíneos “Lewis” también se orienta según la dotación
genética para esta enzima, el espectro de carbohidratos de la leche refleja los
grupos de Lewis y secretor. Además, el contenido y la composición varían a lo
largo de la duración de la lactancia. El calostro aún contiene entre 20-25
gramos de oligosacáridos por litro; más tarde el índice desciende a entre 5 y 20
g/l. Por último, los pequeños no son los únicos que obtienen beneficios a
partir de estos importantes componentes. Aparentemente, la leche materna
también protege al pecho que la produce de infecciones de gérmenes patógenos,
como por ejemplo los estafilococos. De hecho el cáncer de mama y también el
carcinoma del cérvix son menos comunes en las madres lactantes.
Sucedáneos
de la leche: no siempre sin problemas
Por
supuesto, con tantos beneficios derivados de la leche materna los productores
de alimentos para bebés intentan proporcionar a sus productos sucedáneos de la
leche aunque sea con algunas de estas facultades. Al añadir
galacto-oligosacáridos y una cultura de lactobacilos, HIPP intenta aumentar el
valor añadido de su alimento para lactantes, mientras que el competidor Nestlé
(Alete, Beba) apuesta por las bifidobacterias en sus productos. Sin embargo, el
problema radica en los enormes costos del oligosacárido añadido. A menudo estas
sustancias se obtienen de plantas como la endibia. Sin embargo, una diversidad
como la que se encuentra en la secreción del pecho materno resulta
prácticamente imposible de alcanzar. Por otro lado hay que considerar posibles
efectos secundarios problemáticos. A menudo se utilizan fructo-oligosacáridos,
que reducen el riesgo de alergias. Sin embargo, estudios con
ratas demuestran que estos azúcares debilitan la barrera
intestinal, lo que podría favorecer las intrusiones de visitantes no deseados como la
salmonella. Además, la mayoría de estos derivados no contienen los
importantes residuos de ácido neuramínico.
En
Alemania, alrededor del 70% de las mujeres sigue amamantando dos meses después
del parto; después de seis meses sólo la mitad continúa haciéndolo. En Noruega,
el porcentaje después de medio año ronda el 80%. No obstante, no todas las
madres pueden amamantar a sus hijos y transmitir así a su niño los factores de
protección de las glándulas mamarias. Con el conocimiento cada vez mayor de los
mecanismos de defensa en contra de infecciones y de los descarrilamientos del
sistema inmunológico obtenidos mediante carbohidratos, “los productos
sucedáneos de la leche no dejan de mejorar”, tal como
confirma Mathilde Kersting, del Instituto de Investigación de Nutrición
Infantil en Dortmund. Por último, también se observan indicios de
riesgos de anemia, alergias y celiaquía cuando las madres
amamantan exclusivamente a sus hijos durante más de seis meses. En este sentido
resulta cuestionable si la prohibición de la publicidad para sucedáneos de la
leche (tal como establece la OMS en su código de 1981) y de cualquier contacto directo entre
los productores y las madres realmente ayuda a la investigación y al
desarrollo.
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