24.6.12

PEZ GLOBO Y ZOMBIES


Wilfred Doricent era un adolescente de una pequeña aldea de Haití, quien un día comenzó a sufrir convulsiones y, al poco tiempo, murió, tal como fue declarado por los médicos locales, quienes no fueron capaces de hallar ningún signo vital en el cuerpo del muchacho.
Fue enterrado, pero tiempo después (las versiones varían de una semana a un año), Wilfred apareció en su aldea, actuando de forma extraña y sin memoria alguna de lo que había sucedido ni de quién era. Los familiares lo reconocieron por algunas cicatrices y marcas de nacimiento, pero inicialmente fue necesario encadenarlo, ya que tendía a auto-agredirse.
El Dr Costas J. Efthimiou, de la Universidad de Florida, explica que lo más probable es que Wilfred haya sido “zombificado” no por la mordedura de otro zombie, como menciona la leyenda, sino por envenenamiento con tetrodotoxina, una sustancia presente en el pez globo. Si el veneno no mata al individuo, puede producir un estado temporal indistinguible al de la muerte. Si el cuerpo es desenterrado antes de que se produzca la muerte definitiva, el zombie actúa de forma errática y, según la tradición, obedece automáticamente las órdenes del brujo.
Lo que habrá sucedido con el pobre Wilfred es que, tras ser enterrado, despertó en su ataúd. En Haití las tumbas son superficiales, pero antes de poder escapar debió sufrir una grave falta de oxígeno que no lo mató pero que lo dejó con lesiones cerebrales que lo hacían comportarse de dicha manera.
Tras la publicación de Efthimou, el Dr. Roger Mallory, un neurólogo de la Sociedad Médica de Haití realizó una Resonancia Magnética Nuclear a Wilfred, y halló daños en su cerebro consistentes con la falta de oxígeno.
Frère Dodo, quien antes era un temido hechicero vudú, ha revelado los secretos de la zombificación y coincide con que la poción que se administra al sujeto que desea convertirse en zombie tiene un alto contenido de tetrodotoxina, extraída del pez globo, entre otras cosas.
En el caso de Wilfred, se piensa que el culpable fue su tío, un hechicero que tenía problemas con la familia del muchacho por cuestión de unas tierras.

PORFIRIA LA ENFERMEDAD DE LOS VAMPIROS



Los vampiros, aunque algunas personas no lo crean, son personajes que pertenecen exclusivamente al mundo de la ficción. El más famoso de todos ellos es el Conde Drácula, que fue creado por el escritor Bram Stoker y que ha generado numerosas adaptaciones cinematográficas que van desde el terror al humor. Ha corrido mucha tinta sobre este personaje y parece que existe un cierto consenso sobre el hecho de que esté inspirado en un personaje real: Vlac Tepes, un príncipe rumano del siglo XV, cuyo sobrenombre Drácula era debido a que era hijo de Vlac Dracul. Aunque la historia muestra que este príncipe resultó un tanto sanguinario, conocido también como "el empalador", desde luego no era un vampiro.

La leyenda se ha ido gestando poco a poco, desde las características que la novela de Bram Stoker atribuye a los vampiros hasta las que cada nueva aportación cinematográfica va incorporando. El resultado es que tenemos unos vampiros con unas características muy particulares: necesitan alimentarse de sangre, no les puede dar directamente la luz solar, porque los corroe y destruye, huyen de los ajos y de las cruces, tienen un gran atractivo sexual y sólo mueren si una estaca de madera les atraviesa el corazón (salvo si las necesidades del guión, provocan que sigan vivos hasta el capítulo siguiente).
Pero, al igual que el personaje de Drácula aparentemente está inspirado en un antiguo conde rumano, algunas de las características que se atribuyen a los vampiros parece que están inspiradas en una misteriosa enfermedad que afecta a algunos seres humanos: la porfiria, una extraña enfermedad de la sangre.
¿La porfiria una enfermedad de vampiros?
En la porfiria, unos compuestos químicos denominados porfirinas se acumulan en la piel, los huesos y los dientes. Algunas de estas porfirinas sufren una reacción química por acción de la luz, lo que da lugar a nuevos compuestos que destruyen los tejidos cercanos y, como consecuencia, la piel se recubre de ampollas y los huesos se corroen. Esto, en fases avanzadas, puede llegar a provocar desagradables mutilaciones en las que orejas y nariz aparecen como corroídas, los labios deformados, las encías descarnadas, etc. En el proceso también se produce una fuerte anemia, lo que provoca una gran debilidad y una palidez casi cadavérica. 
En definitiva, esta enfermedad reúne muchas de las características que se atribuyen a los vampiros, seres pálidos que necesitan vivir en la oscuridad porque la luz solar les debilita y corroe hasta destruirlos, y que necesitan sangre fresca para reponer la suya.
Además, otra de las características típicas de los vampiros, el horror a los ajos, también puede estar relacionada con esta enfermedad. Parece que los ajos contienen sustancias químicas que pueden provocar que el efecto de la luz se haga más intenso y se agrave la enfermedad.
En definitiva, los vampiros no son personajes reales. Pero, si parece que algunas de sus características se han inspirado en una enfermedad muy humana: la porfiria.





Porfirinas
Las porfirinas son un grupo de compuestos químicos que se caracterizan por la presencia de un anillo heterocíclico plano (tetrapirrol), con un hueco interior en el que se puede llegar a situar un ión metálico. Cuando en el hueco se sitúa un ion Fe (II) dan lugar al grupo hemo, componente de la hemoglobina. Cuando se trata de un ión Mg (II) da lugar a la clorofila.


Porfiria
Se conoce como porfiria un grupo de enfermedades que se caracterizan por la acumulación en el organismo de grandes cantidades de porfirinas debidas a un trastorno, genético o adquirido en los procesos metabólicos a partir de los cuáles se sintetiza la hemoglobina de la sangre. Una alteración en el conjunto de reacciones químicas impide que estas porfirinas lleguen a transformarse en hemoglobina, lo que produce una acumulación de porfirinas en el organismo y anemia.
La acción de la luz sobre las porfirinas produce una excitación electrónica en la molécula que, por medio de un proceso de transferencia de electrones, da lugar a la formación de radicales libres a partir de otras moléculas que se encuentran próximas. Estos radicales libres son los causantes de la destrucción de los tejidos.
Existen varios tipos de porfirias con diferentes efectos sobre nuestro organismo: psíquicos, cutáneos, hepáticos, etc. La variedad que aquí se ha descrito se corresponde con la porfiria eritropoyética congénita.
Algunas aplicaciones médicas
Pero no todo tiene por qué ser negativo. El efecto de la luz sobre las porfirinas también puede resultar útil. Hace ya algunos años que se está investigando la posibilidad de utilizar las porfirinas y la acción de la luz para curar enfermedades. Se trataría de inyectar porfirinas en los tejidos enfermos, de forma que al enviar un haz de luz sobre esos tejidos se provocaría su destrucción. Esto podría resultar muy útil, por ejemplo, para combatir las células cancerígenas, pero también se está investigando la posibilidad de utilizarlo en otras enfermedades como la degeneración macular y la miopía patológica.


20.6.12

LA CAÍDA DEL IMPERIALISMO FARMACOLÓGICO EN SALUD MENTAL


En los últimos dos años, y especialmente a lo largo de este año 2012, se han sucedido una serie de hechos que han puesto en entredicho la validez de la teoría que reduce la explicación de los trastornos mentales a simples desequilibrios bioquímicos, así como ha aumentado el número de voces que advierte sobre el peligro de que la industria farmacéutica haya acumulado demasiado poder e influencia a la hora de determinar qué es lo que puede considerarse enfermedad mental y cómo tratarla. La cuestionable eficacia de los antidepresivos y los antipsicóticos, junto a sus efectos adversos, y la creciente e imparable expansión de categorías diagnósticas en salud mental con cada nueva edición del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, considerado una de las la "Biblias" de la psiquiatría y uno de las principales fuentes de ingresos de la organización) son debate de actualidad en foros científicos y periódicos de gran alcance.
Según el modelo en el que se fundamenta la terapia farmacológica actual de la enfermedad mental, y por ende, la práctica en psiquiatría, los trastornos mentales vienen determinados biológicamente (obedecen a desequilibrios de determinados neurotransmisores cerebrales) por lo que su tratamiento debe establecerse sobre la base de la administración de ciertos psicofármacos que corrijan estas desviaciones. El auge de esta explicación de la enfermedad mental, que coincidió en el tiempo con la introducción de los primeros psicofármacos en el mercado, en la década de los 50, y se consolidó con la aparición del Prozac en los años 80, ha venido acompañado de un vertiginoso aumento del número de diagnósticos de trastornos mentales. Las cifras hablan por sí solas: el número de personas que consume antidepresivos se ha triplicado en tan sólo 10 años y la nueva generación de antipsicóticos -Risperdal, Zyprexa (olanzapina) o Seroquel (quetiapina)- se ha convertido en líder de venta mundial, por encima de cualquier otro fármaco para tratar dolencias o enfermedades físicas.
Inmersa en esta imparable carrera de la psicofarmacología, la sociedad ha aceptado confiadamente depositar su salud mental en manos de la industria farmacéutica. Sin embargo, unos cuantos visionarios están haciendo tambalear las premisas sobre las que se sustenta esta conceptualización de la enfermedad mental, dedicando sus años de investigación a responder a cuestiones fundamentales, como si los psicofármacos realmente funcionan, qué consecuencias puede tener este elevado consumo de medicamentos en nuestro organismo, o si, por contra, su proliferación obedece a otros intereses.
Dentro de este conjunto de voces críticas se encuentran prestigiosos investigadores procedentes de muy diversas ramas, como la psicología, la psiquiatría, la antropología, la biología, la química o el periodismo, quienes, a través de diferentes pruebas y argumentaciones, comparten una misma conclusión: la necesidad de dar un giro en la atención que se presta en salud mental, dado que el modelo teórico que explica los trastornos mentales únicamente como un desequilibrio químico cerebral que hay que subsanar no se sostiene y puesto que recientes investigaciones evidencian que los psicofármacos no funcionan tan bien como se ha hecho creer, e incluso, es más, pueden resultar muy perjudiciales.
Uno de los principales críticos al modelo farmacológico en salud mental es precisamente un psiquiatra estadounidense: Daniel Carlat. En su obra titulada Unhinged: The Trouble with Psychiatry—A Doctor’s Revelations About a Profession in Crisis (Los trastornados: El problema con la psiquiatría- las revelaciones de un médico relacionadas con una profesión en crisis), explica los intereses (no precisamente científicos) que impulsaron el cambio en la conceptualización de los trastornos mentales hacia un modelo exclusivamente bioquímico y habla sin tapujos sobre la poderosa alianza entre la psiquiatría y las compañías farmaceúticas, aportando esclarecedores datos al respecto
Esta creciente intromisión de la industria farmacéutica en el quehacer de la psiquiatría ha levantado el recelo de un amplio grupo de profesionales del ámbito de la salud mental. Un artículo publicado el pasado mes de marzo en la conocida revista PLoS Medicine destapaba la existencia de graves conflictos de intereses entre muchos de los expertos que trabajan en la elaboración de la nueva versión del DSM (DSM-V) con industrias farmacéuticas o empresas afines Al mismo tiempo, un grupo de psicólogos y psiquiatras de Reino Unido publicaba un polémico artículo en la revista The Guardian criticando la imparable ampliación de categorías diagnósticas prevista para el DSM-V y advirtiendo de las graves consecuencias que podría tener para los miles de personas que iban a ser etiquetadas como "enfermas mentales" a causa de comportamientos que en realidad no tienen nada de patológicos. Fruto de estas críticas y de una importante campaña de recogida de firmas se ha conseguido que algunas de las nuevas propuestas diagnósticas más controvertidas no sigan adelante.
En medio de esta polémica, diversos estudios científicos han puesto en duda la eficacia asociada a los antidepresivos y antipsicóticos de segunda generación. En primer lugar,Irving Kirsch y su equipo de investigación, al que Infocop tuvo la ocasión de entrevistar hace un par de años han sido los artífices de una prometedora y provocadora línea de investigación que ha revolucionado la interpretación de los resultados de la literatura científica en depresión. Sus estudios ponen de manifiesto que, en comparación con el placebo, la eficacia de los fármacos antidepresivos es prácticamente inexistente en los casos de depresión ligera, moderada e incluso grave – evidencia que ha sido avalada también por otros equipos de investigación, como el de Khan (2002) o el deFournier (2010)-. Es más, tal y como demuestra el trabajo de Irving Kirsch, la eficacia de los antidepresivos no se debe a un efecto de su mecanismo de acción sobre el nivel de serotonina, sino al efecto que causa la expectativa que tiene el paciente de mejorar cuando asume que está bajo un tratamiento supuestamente eficaz, ya que, según demuestra su investigación, los antidepresivos no son más que otro tipo de placebo con efectos secundarios muy notables.
Asimismo, un reciente artículo realizado por el equipo de Erick H. Turner y publicado también en la revista PLoS Medicine, advierte que la aparente efectividad clínica de los fármacos antipsicóticos de segunda generación puede estar influida por el denominado sesgo de publicación, que consiste en la tendencia a la publicación selectiva de ensayos clínicos favorables en revistas científicas, en detrimento de los ensayos que no han obtenido dichos resultados. Los autores del trabajo señalan con preocupación que no se está aportando toda la información a la comunidad científica, ni con la precisión que se requiere, a pesar de la transcendencia que tiene a la hora de determinar las decisiones clínicas en el tratamiento de las personas afectadas, sembrando de nuevo la duda sobre los intereses que hay detrás de los ensayos clínicos, subvencionados, en su inmensa mayoría, por las propias industrias farmacéuticas.
De hecho, este mismo año, dos importantes laboratorios de EE.UU. han sido sancionados con multas millonarias por "publicidad engañosa". Por un lado, la empresa Abbott se enfrenta a una multa de 1.600 millones de dólares por promover un medicamento estabilizante del estado de ánimo (Depakote) para usos no aprobados, incluido el tratamiento de la esquizofrenia, la demencia y el autismo, a pesar de la ausencia de pruebas científicas sobre su seguridad y eficacia. Por otro lado, el pasado mes de abril, la compañía farmacéutica Johnson & Johnson (J&J) ha sido sancionada con una multa de más de 1.100 millones de dólares por ocultar los riesgos del antipsicótico Risperdal, según ha sentenciado un juzgado de Arkansas.
Otros investigadores llegan incluso más lejos en sus conclusiones acerca de la utilización de psicofármacos, advirtiendo que tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son sólo ineficaces, sino perjudiciales. Esto es lo que ha demostrado un equipo de investigación liderado por el biólogo evolutivo Paul Andrews, tras analizar las consecuencias del consumo de antidepresivos (cuyo mecanismo de acción radica en aumentar el nivel de serotonina en el cerebro), sobre otros procesos biológicos del cuerpo humano en los que también está involucrado este neurotransmisor, como la digestión, la coagulación de la sangre, la reproducción o el crecimiento. Los resultados de este estudio, publicado el pasado mes de abril en la revista Frontiers in Psychology, establecen que los riesgos asociados al consumo de estos fármacos (y entre los que se encuentra el riesgo de accidente cerebrovascular y muerte prematura en personas mayores) no compensan los supuestos beneficios que puedan tener sobre el estado de ánimo.
Esta misma línea de argumentación es defendida también por Robert Whitaker, quien en su obra titulada Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America (Anatomía de una epidemia: panaceas, psicofármacos y el impactante ascenso de la enfermedad mental en EE.UU.), pone de manifiesto que después de décadas de investigación, los resultados científicos evidencian que la teoría del desequilibrio químico para explicar las enfermedades mentales no se sostiene. Es más, según establece Whitaker, basándose en los resultados de técnicas de neuroimagen en pacientes con trastorno mental en tratamiento farmacológico: "Antes del inicio del tratamiento farmacológico, los pacientes diagnosticados de esquizofrenia, depresión o cualquier otro trastorno pisquiátrico no presentan estos famosos desequilibrios químicos. Sin embargo, una vez que una persona inicia el tratamiento farmacológico, que de una manera u otra abre una llave en la mecánica habitual de la transmisión neuronal, su cerebro empieza a funcionar de manera anormal". Es decir, que es el consumo a largo plazo de fármacos psicoactivos el que da lugar a un daño irreparable en el cerebro, provocando una atrofia cerebral y no al revés.
A partir de las conclusiones establecidas por todos estos investigadores, la validez del modelo farmacológico que impera en nuestros días para tratar los trastornos mentales es, cuanto menos, muy cuestionable. En contrapartida, y si tenemos en consideración la evidencia científica de los últimos años, la terapia psicológica y, específicamente, la terapia cognitivo-conductual, ha demostrado ser una alternativa más eficaz y económica que los fármacos para el tratamiento de la ansiedad y de la depresión y, a diferencia del tratamiento farmacológico, no supone ningún riesgo para la salud y no presenta ningún efecto secundario adverso. No obstante, seguimos inmersos en un modelo de atención en salud mental excesivamente medicalizado y esta visión biologicista y simplista de la enfermedad mental, impide que se tengan en cuenta otros tratamientos alternativos, que sí funcionan y que, a medio y largo plazo, no suponen un incremento de la carga presupuestaria.
Dado el creciente protagonismo que están alcanzando estas voces críticas, Infocop tratará en profundidad, en los próximos días, el análisis de estas y otras cuestiones, gracias a la participación de dos expertos de nuestro país. En primer lugar, Marino Pérez Álvarez, psicólogo Especialista en Psicología Clínica y catedrático de psicología del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo, ofrecerá una aguda reflexión sobre las implicaciones del modelo biologicista aplicado a la salud mental. En segundo lugar, Héctor González Pardo, profesor titular de la Universidad de Oviedo y miembro del Instituto Universitario de Neurociencias del Principado de Asturias (INEUROPA), proporcionará una interesante selección de investigaciones que dan cuenta de la verdadera acción de los psicofármacos (específicamente de los antipsicóticos) sobre el sistema nervioso.